Muchas cosas me han sucedido en el pasado o en mi crecimiento como persona, para que hoy pudiera creerme algo o estar donde Dios me ha puesto, y me ha entregado lo que tengo. No es que sea adinerado, o me considere como el hijo de Carlos Slim, pero estoy satisfecho con lo que hoy poseo o lo que estoy dispuesto a tener por mis pretensiones.
Ayer cruzaba por la avenida san Vicente de Paul, al traducir involuntariamente el nombre de la avenida en mi cabeza, me di cuenta que estaba recorriendo metros de mi pasado, estaba paseándome en la avenida que lleva el nombre de aquel, que por sus ideales me han hecho caminar derecho.
Déjame hacer una retrospectiva para que puedan entender de que hablo, Según cuenta mi madre, yo nací con muchos problemas de salud, era un niño débil por múltiples factores como; procesos diarreicos constantes por problemas gastrointestinales, hernias umbilicales, enfermedades de la piel hasta los 5 o 7 años.
Es lo que cuenta mi madre y mis tíos cuando conversamos en familia, pero tengo recuerdo de unos de estos problemas que yo padecía muy presente en mi mente, y al cruzar la avenida San Vicente de Paul, traducido al francés como Saint Vincent de Paul, vuelve a inundar mi mente de recuerdos. En particular de la peripecia que sufría con unas botas regaladas por esta institución benéfica para la corrección de mis pies, por medio de esa ayuda, esta institución garantizo que mis pasos sean firmes.

Entre mis enfermedades se contaba, una deformación de los huesos de mis miembros inferiores llamado Genu Varum, (pies arqueados) o en como los llaman en el argot popular pie gambado o simplemente Gambao’ un padecimiento muy común en los niños menos de 3 años, pero pasado esta edad, los síntomas empeoran y pasados de los 5 años sin intervención quirúrgicas o rodilleras correctivas la condición podría ser permanente y el paciente estaría condenado a vivir con tal deformación y cambiar su estilo de vida para siempre.
Al cruzar la avenida se remontan en mi cabeza el dolor que provocaba estas botas de acero que la organización me regalo para corregir la deformación ósea, todos los días desde las 7: 00 a.m. hasta las 12:00 p. m. Debería llevar las botas, yo parecía a un Transformer de la cintura hasta los pies. Todavía recuerdo mi desesperación, pero más recuerdo las veces que la nana que me cuidaba, abría la puerta para entrar a la casa, mirar el reloj y quitarme este par de botas metálicas versión mal hecho de Robocop, por más dolorosos que fueran aseguraron que pudiera pararme hecho y derecho.
Algunos podrían avergonzarse o quejarse por esta situación, pero, por lo menos, yo era mitad humano y mitad robot y eso le daba gracia al calvario que representaba usar aquellas botas correctoras. Y conociéndome de seguro, jugaba con ser el salvador de mi casa y mi barrio con mis botas de Transformer, ya que desde pequeño tenia complejo de cineasta, guionista y soñaba con cambiar el orden de las cosas. A pesar del dolor y de las dificultades que representaba usarlo, a este par de botas de acero sádico, soy muy agradecido y a la institución San Vicente de Paúl en Haití, ya que sin su ayuda, no podría caminar tan derecho y que no se forme este arco por la curvatura anormal de los huesos; tibia y peroné de mis miembros inferiores.

Con una foto de mi infancia entenderían mejor lo que digo, pero me rio, porque sé, que se quedaran con la imagen en su mente, porque al crecer me deshice de todos los cabos sueltos, hice desaparecer cada una de las fotos que hablaría de mi niñez.
He vivido momentos caóticos, he superado al bullying, tanto que aprendí a hacerme bullying a mí mismo, que a menudo le digo mi mismo, mi mismo, si no fuéramos indivisible, hace mucho te hubiera abandonado por feo, prieto y narizù (Chiste), Pero no es porque me sienta poca cosa, como me ven algunos, sino porque sé, lo que Dios tuvo que hacer, para mantener una vaina como yo, respirando a toda hora. Aprendí que soy irremplazable e invaluable a los ojos de Dios.
De mi infancia puedo hablar mucho, pero lo que no me gusta mucho es hablar de mí, como si se tratara de alguien, en verdad que no sea nadie, sin el plan del altísimo y aliento del arquitecto del universo, ya que separado de él nada podemos ser o hacer.
Para culminar este recuerdo, les diré que la bota de hierro de mi infancia, corrigió mis pasos, el dolor de soportarla a diario me enseñó a no quejarme por las cosas que no podemos cambiar, a no sucumbirnos en la depresión o desesperación porque ninguna situación es eterna, ya que a las 12:00 en punto, vendrá nuestra salvación y no recordaremos más nuestros sufrimientos.
Esta lección me enseño la ley de la equivocación y las consecuencias, toda deformación lleva una corrección, todo error una confrontación, por lo tanto, hay que estar dispuesto a confrontar las consecuencias equilibrar la balanza o la corrección para sanar la deformaciòn.
Tweet
Los problemas y las enfermedades nos hacen humanos, ya que sin ellos, no sabríamos la vulnerabilidad de nuestra naturaleza, ni tampoco nada de nuestra humanidad y por lo tanto, cuando nos enfrentamos con estas dificultades, siempre habrá que recurrir a aquel, que tiene potestad para sobrellevar nuestras necesidades y a aquellos que se revisten del arquitecto del universo, como los dirigentes de la Organización San Vicente de Paul de Haití, gracias a quienes hoy en día, puedo caminar derecho como un cadete, sin arrastrar risas o señalamientos detrás de mis pasos.
Gracias a Dios doy por todo lo que soy, a mis padres que buscaron alternativas para corregir la deformación de mis piernas y a la organización por cedernos las botas de acero, que cimentaron mis pasos, enraizándolos en lo más profundos de la tierra.
Ydragman